domingo, 17 de marzo de 2013

"Recuerdos de Marrakech"


Plaza Jemaa el-Fnaa. La Koutoubia al fondo
Le Jardin Majorelle, donados a la ciudad por Yves Saint Laurent
Recién aterrizada de Marrakech y con un virus traído de aquellos lares, aquí os dejo un pequeño resumen de lo que ha resultado el viaje. Si definiera Marruecos con una palabra, esta sería contraste. El contraste entre el caos de la Medina y la paz del Jardín Majorelle; entre la pobreza del zoco y la ostentación del Mamunia. Es una ciudad que te cala hasta los huesos por sus olores y colores, por el rostro de sus gentes, por su aspecto desordenado y sucio y a la vez luminoso y exhuberante.
Hemos probado la kefta, hamburguesa marroquí, en Le Café des Epices, un lugar encantador en pleno zoco. Un poco más profundo, y acompañados por un amable lugareño, se encuentra Le Terrase des Epices, la terraza más agradable de la Medina y con platos deliciosos que saborear. La desmesura de nuestros desayunos en la soleada azotea del Riad al Rimal resultaba otro profundo contraste con los cuatro callejones sin luz que debías cruzar para llegar al hotel; Marruecos en su estado más puro. El tráfico, formado por coches antiguos, bicicletas, taxis, motos, calesas... es plena vorágine que parece funcionar. Frente a ello, la llegada al Jardin Majorelle, donado a la ciudad por Yves Saint Laurent es un auténtico remanso de paz, al igual que el té a la menta que degustas en Le Grand Café de la Poste, en la zona más moderna de la ciudad. Nada que ver estos con los zumos de naranja multivitaminas de la principal plaza de la ciudad, Jemaa el-Fnaa, en plena llamada a la oración desde la Koutoubia. Como decía una amiga, en este viaje de la vida, en ocasiones hacemos únicamente una parada en determinados lugares y hay que vivirlas en esencia. Marruecos te llama a hacerlo por muchos motivos, pero la principal razón ha de venir desde tu interior antes de poner rumbo a este desigual país. GABRIELLE.
 

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