Le escribo esta carta porque desde que usted
se proclamó como el alcalde que escucharía al gaditano hace más de seis meses, tengo
varias cosas que decirle.
Desde su investidura como regidor de Cádiz
gracias al pacto firmado con el PSOE, se han generado más debates políticos entre
mi grupo de amigas de lo que había ocurrido en los 30 años previos de nuestra vida.
Su partido, en la teoría, supondría una corriente positiva de aire fresco
gracias a la opción de un posible cambio, y, por contra, ha supuesto la mayor generación
de odios y tensiones en la historia de nuestra democracia por habernos hecho caer,
a través de su discurso político, en el más profundo derrotismo. Desde que se
pusieron la medalla de ser los nuevos defensores del pueblo, lo único que han
conseguido ha sido separarnos en dos corrientes de pensamiento a las que les
cuesta mirar de cerca a quien tienen al lado. Porque en Cádiz, le pese a quien
le pese, provenimos todos de la misma casta. Aquí no contamos con fincas ni
ganaderías que tanto recelo les provocan; quien más y quien menos se ha buscado
la vida como bien ha podido con nuestro particular estilo.
La señorita que le escribe proviene del
barrio de Bahía Blanca, de la calle de los militares, y espero que tenga usted
el suficiente recorrido como para no juzgarme por dónde nací. Porque mi madre,
con cuatro hijos que sacar adelante, también miraba cada oferta que aparecía en
los folletos de Supersol de los viernes y mi padre apuntaba en sus cuadernos de
economía familiar cada barra de pan que se compraba en mi casa. Gracias a sus
esfuerzos de continuo ahorro e inversión doméstica, pude estudiar la carrera
con la que soñé desde pequeña en la capital española; y en Universidad privada,
que de ahí también salen algunos de provecho. Hizo falta entonces prescindir de
regalos de más en Reyes o de vacaciones paradisiacas, y de zapatillas Nike si las del “piojito” seguían
soportando carreras. Coincidió en mi año de graduación que la palabra crisis se
instaló en nuestro país para quedarse durante algún tiempo, por lo que después
de un tiempo de prácticas no remuneradas, decidí marcharme a Irlanda a aprender
a hablar inglés, ya que en el colegio no tuvimos la oportunidad de que nos enseñaran
un segundo idioma adecuadamente. Pero lo digo sin acritud, pues la experiencia
de haber vivido gracias a algunos ahorros al principio, y a mi propio trabajo
como nanny después en un país
extranjero, no la cambio por una profesora nativa en los obsoletos 80. A mi
vuelta, después de varios meses de búsqueda, encontré otras prácticas que me
dieron experiencia y alguna autonomía para planes de cine y pequeños viajes,
pues aún continuaba viviendo en casa de mi madre. Y aquí estoy ahora, algunos
años después, tras haber pasado por distintas empresas y ciudades, de vuelta en
nuestro adorado Cádiz, gracias a una multinacional que entendió que
reunía las suficientes aptitudes como para optar al puesto que ofrecían
entonces. Una vacante que ofertaba la empresa privada y no ustedes, los
políticos, como quieren hacernos creer. No fue Teófila Martínez quien nos echó
de Cádiz ni será usted quien nos traiga de vuelta; le creía algo más humilde, amén
del discurso que proclama en sus intervenciones. Esta empresa privada es capaz
de levantar más de 1.000 puestos de trabajo cada día, al igual que las pocas
que, por desgracia, van quedando en la provincia y a las que ustedes dan la
espalda en favor de parques públicos y otras medidas populistas.
Hoy, su mensaje de promesa cae en saco roto
después de algo más de seis meses de gestión, y me resulta bochornoso, como
gaditana, ver en televisión los plenos del ayuntamiento en los que incluso les
cuesta utilizar correctamente el idioma. Porque no es más gaditano quien
pronuncia “eses” en lugar de “zetas” ni quien pregona con Carnaval sus
discursos y argumentos, o quien pretende prometer barbacoas en el total de
nuestra playa urbana. Todo lo mencionado anteriormente forma parte de nuestra
idiosincrasia, de nuestra identidad, pero no habla de nosotros como
trabajadores dispuestos a partirnos la cara por lo que es nuestro. Como tampoco
habla de usted como político que done parte de su sueldo a causas solidarias,
no es este el motivo por el que los ciudadanos que le votaron introdujeron en
la urna la papeleta con su nombre. Usted se encuentra en ese sillón en
representación de todos los gaditanos, de quienes le votaron y de quienes no lo
hicieron, y a ellos debe, lo primero, respeto. El respeto que se merecía toda
aquella mayoría simple que decidió otorgar su voto al Partido Popular y a
quienes ustedes no consideraron, señores representantes de la transparencia.
La historia vuelve a repetirse desde que en
las pasadas elecciones generales, nuestros políticos prefieren ver cómo este país camina
sin gobierno, a sentarse a debatir con quienes son las fuerzas más votadas de
España. Con 30 años he perdido toda la confianza que a mi modo de entender se
merecen los políticos comprometidos, ya sean de un color o de otro. Porque en
todos estos años no hemos aprendido que los colores no deben primar sobre la
convivencia básica, sino que lo que deben primar son nuestros intereses como ciudad
o país unido. Hoy he perdido la confianza en que la corrupción se castigue, más
allá de los votos, en los juzgados. Pero sobre todo ya no tengo esperanza en quienes
capitanean la corriente de cambio, esa en la que los jóvenes creíamos, ya que están
cometiendo los mismos errores que quienes son considerados como la vieja
política.
Siguen demostrando ustedes que los intereses
del pueblo no priman sobre los de los partidos; que son lo suficientemente
ególatras como para no profundizar en lo que está ocurriendo delante de sus
narices, ya que los papeles y el poder pierden la visión de la realidad, que
era de donde se suponía que venían. Que las filas de Podemos están llenas de
profesores y de gente con ganas, pero que a la hora de la verdad la gestión de
un barrio, de una ciudad, de un país, les queda grande. Siga usted entonando su
grito de guerra de la mano de Iglesias y tarareando coplas de Carnaval en Fitures y asambleas, que de este modo
seguirá corroborando que Cádiz, ciudad de libertades, no logró su sueño de
cambio ni fue capaz de traer a autóctonos y aledaños a disfrutar de lo que podría
ser un paraíso eterno. GABRIELLE.
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