Pero, ¿Qué hay del verdadero lujo? ¿Aquel que solo una persona en el mundo puede disfrutar? Evidentemente, la crisis es agresiva pero no tanto y hay un amplio grupo de personas que solo ve en la televisión el hecho de que la cosa está complicada. Este fin de semana tenía lugar en el Museo del Traje un curso sobre “Organización de Eventos de Moda” y la ex Consejera Delegada de Christian Dior para España, Béatrice d’ Orléans, comentaba que efectivamente, la Alta Costura: “pegmanece intacta”. Los maravillosos vestidos que vemos en París en los desfiles de Haute Couture, a los pocos días tienen dueña. Salvo algún modelo que se queda la Cámara Sindical de Francia para museos y exposiciones, los trajes se ponen a la venta, a un precio absolutamente secreto. Las afortunadas señoras son visitadas en su propia casa por el equipo de la firma y, a través de varias pruebas, se adapta el modelo original a los gustos y fisionomía de la exclusiva clienta. Para ellas (y ellos, que alguno habrá) el término maldito no existe y deben concentrar todas sus energías en decidir qué hacer con la preciada prenda. Prendas, que han tardado en hacerse de 200 a 850 horas, dependiendo del tipo de bordado que lleve… Así que, definitivamente, el lujo no ha muerto. Quizá lo que sí permanece en coma, es la democratización del lujo, con pocas décadas de vida. Lo que antes un producto de una buena firma, como unas gafas de sol o un reloj, era relativamente accesible, ahora se sitúan en un plano un poco más lejos para el consumidor medio, que hasta el año pasado podía permitírselo. Ahora no podemos, y si lo hacemos, la sensación de culpa está asegurada… por ser una inconsciente, por no pensar con sensatez y por dejarte llevar por los impulsos consumistas.
Peeerooo… creo esos caprichos siguen siendo nuestra recompensa. Seguramente innecesarios todos ellos, para nosotros se vuelven imprescindibles y sobre todo nos producen cierto placer, así que, hasta que pueda adquirir mi propio Dior de Alta Costura… entonemos un “larga vida al lujo”. PEGUIE.
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